Cuando mi amigo Sergio y yo elegimos al gigante asiático como destino, comenzamos a estudiar la ruta y comprobamos que se necesitarían mil vidas para conocerlo a fondo. Es el tercer país más grande del mundo y el más poblado del planeta con 1.300 millones de almas. Era todo un reto, así que nos aventuramos a trazar nuestras propias líneas rojas sobre el mapa:
Disfruta mi viaje a CHINA
Hola se dice Nǐ hǎo, adiós Zàijiàn y gracias Xièxiè. El valor de 10 € son alrededor de 75 yuanes. Tuvimos en cuenta que la latitud era similar a la de España, así que su clima y sus estaciones iban acordes a las nuestras.
El viaje comenzaba meses antes de la salida. Tras varias visitas al centro de expedición del visado y rellenar decenas de formularios, (162,55€ mediante), conseguimos que nos autorizaran para entrar dentro de su territorio.
El vuelo era largo. En mi cabeza se agolpaban imágenes de las maravillas que estaba a punto de contemplar y mi paladar me hacía olvidar el tedio del avión mientras saborea las experiencias que me esperaban.
Por fin, el aeropuerto Internacional de Pekín. Pronto comprobamos que la contaminación generaba una plomiza niebla amarillenta que se suspendía sobre el ambiente. Los taxistas no eran amigos del regateo y las sonrisas sin monedas a cambio tampoco abundaban como en otros países del sureste asiático.
Pusimos rumbo al centro de la ciudad. Una urbe colosal en su extensión y con casi 30 millones de habitantes. Todo lo que sucede en Pekín era magnánimo y lo podíamos comprobar a través de las ventanillas de nuestro taxi: el tamaño de las avenidas, el de los edificios… La multitud de viandantes y automóviles era desproporcionada.
Abandonamos el vehículo, dejamos nuestras mochilas y nos dirigimos al corazón de Pekín. Queríamos empezar fuerte. Primer plato:
Ciudad Prohibida
Al llegar a las proximidades, colas de centenares de metros y miles de turistas locales se agolpaban en las aceras. La seguridad en torno al complejo era máxima. Pasamos varios chequeos y puertas de detectores de metales bajo un sol de justicia hasta que llegamos a la puerta principal, la entrada norte.
Una imagen de Mao Tse-tung presidía el muro principal y accedimos al recinto atravesando los puentes que sorteaban el foso. Mientras, esquivábamos una nube interminable de paraguas utilizados a modo de sombrillas.
Era el símbolo de Pekín por excelencia, un palacio levantado para ser el centro de la ciudad amurallada. 500 años como el hogar de los emperadores de China y punto de encuentro de las ceremonias y decisiones más importantes del país. Hoy es el complejo palacial más famoso de Asia. Le rodea un enorme foso y está localizado en una zona amurallada aún mayor llamada Ciudad Imperial.
Caminamos sin descanso el kilómetro de largo y los 750 metros de ancho de la superficie. Se albergaban casi 1.000 edificios en su interior y numerosos y diáfanos patios al aire libre.
El Trono del la Pureza Celestial, el muro de los Nueve Dragones, los Leones Dorados que decoraban las plazas… Era un camino a través de la historia de China de obligado cumplimiento para conocer su cultura y cómo se ha convertido en lo que es hoy.
En la actualidad el Partido Comunista de China gobierna el país bajo fuerte restricciones como el número de hijos que se permiten tener y el acceso a internet. Tuvimos que utilizar una aplicación VPN porque de lo contrario era imposible acceder a páginas como Facebook, Instagram, Youtube o Google.
Cuando cruzamos todo el recorrido nos esperaba lo mejor. Escalamos las laderas de la colina Jingshan hasta la cúspide, presidida por el santuario que descansaba con un gran Buddah en su interior.
Definitivamente todos los pasos recorridos merecieron la pena para disfrutar de estas vistas…
Villa Olímpica
Otra de las zonas que pedía a gritos ser visitada era el lugar donde se disputaron los JJ.OO. de 2008. Algo que me llamaba poderosamente la atención era la gran afluencia de turismo nacional que viajaba a los puntos más famosos de su propia geografía.
Al contrario que en otras ciudades, en Pekín se daba un tremendo uso a las instalaciones construidas para este evento mundial. Lo más fotografiado era el llamado Cubo y mi favorito era El Nido, un estadio con enormes bigas de metal retorcidas donde Usain Bolt pulverizó la marca mundial de los 100 metros.
Metro
Una de las maneras más rápidas, baratas y seguras de moverse por la ciudad era el metro de Pekín.
El flujo de personas que se movía bajo tierra de la urbe era increíble y las colas y el respeto por el turno de cada pasajero se respetaba religiosamente. El 99% viajaba en silencio, mirando las pantallas de sus móviles.
Había algunos planos que sólo tenían caracteres chinos pero una vez lo tuvimos controlado, nos movíamos por la red underground como cualquier nativo más.
Templo del Cielo
Uno de los templos sagrados más importantes de toda Asia. No pudimos negarnos a conocer el lugar done el emperador hacía los sacrificios para agradecer la fuente de su riqueza y gloria. Cuando salimos por la boca de la parada nos dimos prisa, el día se estaba apagando y queríamos llegar antes de que se fuera el último rayo de luz.
Una grata sorpresa fue perdernos en la vida que surge del parque y sus alrededores. Ancianos entretenidos con juegos de mesa, niños revoloteando entre los árboles y decenas de asiáticos de todas las edades practicando tai chi.
Silk Market
Había un punto imperdible para todos los que buscábamos llevarnos un recuerdo de allí, el Mercado de la Seda. Cogimos de nuevo el metro y nos dirigimos a la parada Yongali, de la línea 1. Esperábamos encontrar algo más artesanal, pero nos adentramos en un gran centro comercial como los de occidente.
Casi 2.000 tiendas divididas entre cinco plantas que nos ofrecían un sinfín de productos de los tipos más variopintos e imitaciones de todas las clases. Si te gusta regatear y no te importa la calidad de lo que compras, verás cómo horas y horas de tu viaje vuelan mientras discutes con unos comerciantes que hablan el mejor castellano de toda la ciudad.
Vida nocturna
Cuando cayó la noche fuimos a disfrutar del ocio en la metrópolis. Nos habían hablado de Sanlitun, un área donde podíamos encontrar asiáticos occidentalizados, occidentales asiatizados y un sinfín de mezclas entre la diversión local y lo que los locales esperan que los extranjeros buscamos.
Muralla China
La joya de la corona. Uno de esos lugares que sabes que tarde o temprano tienes que conocer en persona y quieres abrir bien los ojos para no perderte nada. Pusimos rumbo a la Gran Muralla.
Sus más de veinte mil kilómetros iban desde la frontera con Corea hasta el desierto del Gobi y se decía que era la única construcción del ser humano que podía verse desde el cielo.
Nos despertamos a las 6.00h de la mañana y desayunamos fuerte. La variedad culinaria brillaba por su ausencia y los fideos con carne flotando en un bol de agua caliente fueron nuestra fuente de energías para afrontar un día prometedor.
Fuimos a la estación de autobuses Dongzhimen. Entramos en un bus de línea y nos dirigíamos a la zona de la muralla de Muitanyu, una de las partes donde mejor se conservaba.
Antes de llegar al destino hicimos una parada en las Tumbas de la dinastía Ming. Una necrópolis donde descansaban varios de sus emperadores.
Había una gran puerta como homenaje al emperador Hongxi donde se encontraba una enorme tortuga tallada en mármol, símbolo de la longevidad. Tras ella, el camino sagrado. Más de seis kilómetros con doce estatuas de guerreros daban acceso a las tumbas de todo el complejo.
Tras esta parada, marcha directa a una de las construcciones más emblemáticas de la historia.
El autobús, lleno de pasajeros provenientes de todos los rincones del país, se detuvo en la falda de la montaña. Las almenas y las torres recortaban el cielo y presidían las cimas de la serranía, reptando y contorneándose a merced del relieve.
Para subir optamos por el telesilla. La sensación de llegar poco a poco a la cresta de la Gran Muralla era indescriptible.
Estuvimos horas caminando sin descanso y volando nuestro drone para filmar vistas de pájaro que captaran ángulos imposibles.
Nos cruzábamos con grupos escolares, turistas del país y con algún que otro occidental, pero los trazos que más disfrutamos indudablemente fueron en los que nos encontramos absolutamente solos.
Tras volver a sentir el peso del calor asiático en nuestras espaldas y empapar nuestras camisetas en sudor, llegó el momento de tomar un respiro y volver para retomar fuerzas. La manera más divertida de descender la colina era utilizar el tobogán de Muitanyu. ¡Sube, que te llevo!
Zhangjiajie
El segundo motivo que nos impulsó a viajar a China era el Parque Nacional Zhangjiajie. La reserva que inspiró a crear el planeta Pandora donde se recreaba la famosa película Avatar.
Para variar, nuevo madrugón. Nos plantamos en el aeropuerto a las 6:45h de la mañana para salir directos a Changsha. Una vez allí cogimos un autobús sin aire acondicionado que tardó cuatro horas en llegar a Zhagjiajie. Finalmente conocimos a un lugareño que por una cantidad coherente de yuanes nos dejó en nuestro hostal, a los pies de unas montañas que en la noche se adivinaban asombrosas y prometían deleitarnos cuando las bañara la luz del alba. Un viaje que duró un día entero y acabó con nuestros huesos rotos sobre un colchón húmedo en un cuarto con la pintura desconchada y una televisión en blanco y negro. Aún así, descansamos en él como si fuese un hotel de 5 estrellas.
A la mañana siguiente, el balcón de nuestra estancia se presentó con unas vistas espectaculares.
Las columnas de piedra del paisaje se levantaban como vigas que sujetaban el rojizo cielo y las nubes hacían de leve velo que comenzaron a disiparse para dar la bienvenida a un día radiante de luz y calor.
La entrada al parque costaba alrededor de 20 € y servía par a cuatro días, los cuales se quedaban cortos si querías descubrir todos los secretos que guardaba.
Accedimos a un laberinto de maravillas naturales que esperaban al viajero intrépido.
Monos que nos sorprendían en cualquier rincón, un ascensor de 330 metros con vistas al vacío o la pasarela colgante de cristal más grande del mundo eran sólo algunos de los atractivos que nunca podremos olvidar. Aunque personalmente me quedé con las partes exclusivamente naturales, sin planchas de acero y con miradas curiosas de animales libres. Un baño de vida salvaje que se desbordaba por los cuatro costados.
Bienvenido a Pandora.
Que pasada! , es chulisimo aventuhero apetece ir ya para alli!
¿Todavía no has ido?
El verano es la mejor época porque comparten nuestras mismas estaciones.
Te aconsejo que no te lo pienses mucho porque se necesita toda una vida para conocer China de verdad!
Feliz verano.
Pero bueno Pandora existe!!! Parque Zhagjiajie anotado junto a Muralla China como viaje obligado
Pandora existe… y también la magia de un lugar que de no haberlo visto con mis propios ojos, hubiera subestimado.
Y por supuesto, la Gran Muralla es de esas cosas que tienes que visitar al menos una vez en la vida!
Era uno de los últimos destinos en los que hubiera pensado ir , pero viendo esas fotos y esos vídeos me hace cambiar de opinión .. me encanta, increíble paisaje el Del Río zhangjiajie, desde luego.
Me alegra mucho eso Lorena! La verdad que Zhangjiajie, (Pandora para los amigos), fue uno de los motivos principales del viaje. Y no nos arrepentimos! Un gran viaje que te hace darte cuenta de lo pequeños que somos.