«Costa Rica es el país más feliz, verde y próspero del mundo».
El pulmón de Centroamérica, el estado más sostenible, seguro y ecológico. Un paraíso que hace que la palabra paraíso se quede insignificante y un abanico de posibilidades interminables para el aventurero que se adentre en sus fronteras. Bienvenido a un lugar que sin duda te enamorará, Costa Rica es Pura Vida.
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San José, la capital de Costa Rica
Tras un largo vuelo aterricé en la capital de Costa Rica. Típica ciudad de la que nadie te cuenta maravillas, y típico lugar donde no hay razones para que sea de otra manera.
Había quedado con Randy, uno de mis mejores amigos del otro lado del océano y tenía unas ganar enormes de darle un abrazo de oso. Nuestro punto de encuentro era un hotel discreto para pasar la primera noche antes de comenzar a recorrer el mapa de norte a sur y de sur a norte. San José era sólo una obligada parada de paso.
Salimos de nuestra habitación y nos perdimos en el centro de una ciudad donde reinaba el bullicio y un hervidero tico que celebraba la Navidad a 32 grados a la sombra. Casas bajas, de colores pastel y viejas, y travesías llenas de vida a borbotones nos acogieron con absoluta indiferencia. Era noviembre, a punto de entrar en la temporada seca (de diciembre a abril), y el calor unido a la alta humedad hacía que nos compadeciéramos de los trabajadores puestos por el ayuntamiento disfrazados de Santa Claus bajo un sol de justicia.
Alquilamos un coche, un 4×4, sin un todoterreno nos habían avisado que era difícil moverse por el país. Compramos una tarjeta de móvil por lo equivalente a 3 €, (pagamos con dólares y la vuelta fue en colones), para tener datos en el teléfono que nos permitieran usar el GPS y no perdemos por el mapa.
Los lugareños nos aconsejaron recogernos antes del anochecer, volvimos a nuestra habitación y trazamos el plan. Al día siguiente nos esperaba el primer paso de un viaje a través de los secretos mejor guardados de una Costa Rica que nunca olvidaré.
Qué hacer y ver en Costa Rica: Ruta imprescindible

Monteverde
Arrancamos el motor a las 5:30h de la mañana, cuando amanecía, y nos dirigimos a las montañas del norte. Tras un par de horas serpenteando por carreteras embarradas y surcando caminos sin señalizar, sin luces y sin tráfico, llegamos a la entrada de la Reserva Natural de Monteverde.
El clima era húmedo y las nubes bajas salpicaban sus espectaculares vistas. Embriagadores balcones a precipicios de naturaleza sin tapujos, panorámicas estancadas en épocas donde no había coches, ni postes de luz, ni humo, ni ruido. Un lugar que me hizo sentirme desconectado del mundo con Costa Rica a mis pies.

Color verde de todas las tonalidades que puedas imaginar y luego otro brochazo más de verde en estado puro, cetrino, glauco y esmeralda. Era uno de los lugares más famosos del país por su biodiversidad, una de sus siete maravillas.

10.500 hectáreas con el mayor número de orquídeas del mundo y más de 500 especies de animales, sobre todo aves. Caminos de barro donde la espesura de la abrumadora vegetación a veces hacía perder la pista de nuestros pasos.

Parecía que podría asaltarnos un dinosaurio en cualquier momento. Por algo Steven Spielberg se inspiró en este país para ubicar Jurassic Park en la Isla Nublar. Cada rincón de Monteverde respiraba vida.


Tras un intenso paseo por la verde jungla queríamos acción.
¡Tirolinas y adrenalina!
Habíamos oído que sentirse Supermán y dejar el paisaje de Costa Rica a 50 metros de distancia de nuestros pies era posible. Que podíamos sobrevolar la jungla salvaje conectados sólo por un cable que nos sujetara al cielo.
Monteverde era famoso por sus extraordinarios campamentos para hacer Zip Line, uno de los mejores territorios del planeta para los amantes de la tirolina y de las emociones fuertes.
Te hospedes donde te hospedes, es fácil encontrar en la recepción de cada estancia decenas de folletos donde invitan a pasar una intensa jornada de deporte multiaventura. Nosotros escogimos Extremo Canopy Costa Rica y sólo puedo decir que fue una experiencia e-s-p-e-c-t-a-c-u-l-a-r.

Nos pusieron un casco, guantes gruesos para frenar con las manos y un arnés. La travesía comenzaba escalando un enorme árbol hasta llegar a una plataforma en lo alto. Conectamos con cada punto del bosque pendidos de un cable suspendido en el vacío y recorrimos la selva sin pisar el suelo. La tirolina más larga medía más de un kilómetro y cada vez que afrontamos un nuevo vuelo sentíamos más adicción.
Cuando hicimos el ‘Superman’, boca abajo y sujetos por la cintura y los pies, pensamos que lo habíamos visto todo, hasta que llegó el momento cumbre del día, el Tarzán: última parada donde nos esperaba un salto al vacío. Prepárate para pendular sobre la jungla al grito de ‘¡UOOOOOOOO!!!’

Tras un viaje intenso al volante, explorar las entrañas de Monteverde y recorrer la jungla a vista de pájaro nos sorprendió el atardecer cuando conducíamos a nuestro nuevo hostal, situado en La Fortuna, dentro de la provincia de Alajuela.
Teníamos un apetito de tigre y paramos en un modesto restaurante de cocina casera a la entrada del pueblo. Cuando viajo intento que también lo hagan mis sentidos, y el conocer los sabores de cada lugar también es conocer otra parte de su cultura. El casado es el plato tradicional de Costa Rica y consiste en arroz hervido, frijoles y plátano frito acompañado con carne, pescado o pollo. Nos pareció una opción inmejorable.
Con el estómago saciado caímos rendidos pensando ya en el día siguiente.
Catarata Río Fortuna
Cerca del volcán Arenal había una cascada perdida en un enorme cráter en la selva.
El todoterreno que habíamos alquilado reluciente e impoluto en San José, 24 horas después había pasado a tener los neumáticos completamente embarrados y la carrocería envuelta en salpicaduras de polvo, gotas de lluvia y golpes de mosquitos. Lo volvimos a poner en marcha y nos dirigimos a la catarata más famosa de La Fortuna.

En poco más de media hora sobre carreteras secundarias llegamos a un terraplén donde abandonamos el vehículo. Podíamos escuchar el rugir del salto de agua. Una lluvia inversa nacía desde las entrañas y envolvía de una dulce y refrescante llovizna todo el entorno. Nos enfrentamos a una precaria escalera de madera colina abajo con peldaños de madera, que obligaba a girar el tobillo en todas las posiciones posibles para posar la mayor parte de la suela en la superficie. Me sujetaba firme a la endeble barandilla de cáñamo hasta que descendimos por completo. Nos esperaba un baño con la naturaleza salvaje de Costa Rica. Un vuelo voraz del líquido elemento de más de 75 metros.

Volcán Arenal
Tras el trepidante baño seguimos nuestro periplo y nos dirigimos al Vesubio de Costa Rica. Un volcán que hace pocos años entró en cólera vomitando lava incandescente. Parecía dormido, expectante, silencioso. «El corazón de Costa Rica está siempre latiendo fuego, y hay un punto a través del que las llamas consiguen alcanzar el cielo».
El volcán Arenal pintaba el paisaje de San Carlos, al norte del país. Era una montaña de más de 1.700 metros de altura cuya cima estaba rota, inacabada, a expensas de otra erupción como la que se dio hace más de cuarenta años y dejó 87 fallecidos.

En la primera década del 2.000 recordó que en cualquier momento se puede desatar la cólera que se gesta en sus entrañas, por eso no está permitido acercarse demasiado a las faldas del macizo. Lava, columnas de humo, gases, lluvia ácida… un arma de la naturaleza siempre amenazante con el atractivo de esas zonas del mundo donde puedes decir que estuviste, y volviste para contarlo.

Rafting en el Río Balsa
Volcanes, cascadas interminables, junglas envolventes… era el turno para surcar un río salvaje.
Costa Rica, alma desatada. Queríamos ponernos a prueba y el rafting era otra de las actividades más famosas del país, y más excitantes. Si estás en forma y quieres vivir una experiencia que te haga sentir vivo, sube a bordo. Hablamos con el dueño de nuestro hotel y nos recomendó Costa Rica Descents. Nos vinieron a recoger la mañana siguiente y tras una hora y media de camino llegamos a la orilla del río Balsa. 15 km de intrépido descenso nos esperaban en corrientes de categoría 4.
Alberto, Wagner y La Pantera fueron nuestros guías. Recorrimos la lengua de agua, piedras y espuma mientras nuestros remos bailaban al compás de las embestidas del río.


Dos horas y media de intenso recorrido y nuestra tripa volvía a pensar en comida, y mucho. Los chicos de Costa Rica Descents cultivaban sus propios alimentos en su ecohuerta, la cual explicaban cómo cuidaban paso a paso mientras preparan el almuerzo.
Tiburones en Islas Catalinas
Nos habían prometido que el fondo marino de Costa Rica era un auténtico edén para los apasionados del buceo. Seguimos sumando kilómetros a nuestro vehículo y pusimos rumbo hacia el océano Pacífico.
Islas Catalinas, paraíso bajo las olas. Centenares de tiburones, tortugas gigantes, mantarrayas y morenas acudían cada amanecer a las proximidades de las islas colindantes de la costa noroeste. Caminamos por la bahía y conocimos a un representante de Pacific Coast Dive Center, momento perfecto para decidirnos. No podíamos creer lo que nos contaba que íbamos a ver tras la máscara de buceo y aceptamos el reto.
Nos trasladamos hasta la costa, cogimos una pequeña barca para salir del embarcadero, abordamos un barco más grande y tras una hora y media mar adentro… chafún.

Nada más descender encontramos a sólo 20 metros de la superficie una familia de tiburones de punta blanca apostados cerca del suelo. Me relajé, respiré profundo, hay que mantener siempre la calma y los animales nunca atacan a los buceadores.

Atravesamos un banco de miles de peces, una mantarraya águila nos saludó en mitad de nuestro trayecto y una morena de metro y medio nos sorprendió fuera de su escondrijo mostrando su afilada dentadura.
Fue una experiencia que atravesó el neopreno y se quedó pegada a la piel.
Al día siguiente pusimos rumbo a Tamarindo, una de las playas más famosas del país que une un cóctel infalible: nightlife, ambiente joven y pasión por las olas.

Tamarindo
En el noroeste de Costa Rica se encuentra una de las playas más famosas del país, lista para satisfacer las ganas de surf, buceo o disfrutar de uno de los lugares con más ambiente nocturno de la costa tica.
Nos fue fácil encontrar habitación en los muchos hostales reservados para bagpackers. Lanzamos las mochilas a la cama y fuimos directos a degustar uno de esos atardeceres embriagadores que relativizan cualquier problema mientras el sol se oculta tras el mar.

El desovar de tortugas gigantes
Además de olas y noche caribeña, Tamarindo también ofrecía la posibilidad de ver cómo las tortugas gigantes iban a desovar a la playa.
Dicen que la arena donde se posan los huevos formará parte del ADN del animal durante el resto de su vida y cuando las pequeñas crezcan, volverán justo al lugar donde nacieron para hacer que el ciclo continúe. Pagamos la voluntad a un lugareño experimentado que conocimos en Playa Grande, y nos guió al anochecer a buscar las tortugas que habían acudido bajo la luz de la luna a depositar sus huevos. No es difícil vivir esta experiencia entre julio y octubre.
Tras un largo paseo a oscuras nos tropezamos con un enorme caparazón que asomaba desde el agua. El momento en el que la tortuga laud salió del mar y comenzó su ritual, comprendí que estaba ante una maravilla de la naturaleza.

Torpe pero firme, la tortuga recorrió una distancia de unos 150 metros orilla adentro dejando un surco tras de sí que precedía al agujero que usaría de nido tras más de una hora y media escarbando con sus aletas traseras. A partir de ese momento no debíamos usar flash, no se podía alumbrar con linternas. Debíamos permitir que el animal permaneciera en trance y sintiera que estaba en lugar seguro.
Nuestro improvisado guía, instaló en la parte trasera del caparazón una luz como las que se usan para velar fotografías, inofensiva para el animal, para que viéramos la vida nacer. De repente, se hizo el silencio. La tortuga expulsó el primer huevo, envuelto de moco viscoso, del tamaño de una pelota de ping pong, y absolutamente precioso. Echaba una futura tortuga dentro de su cascarón cada dos minutos hasta que llenó el nido con más de 100 huevos.

La ‘cara B’ del desovar de las tortugas es que son un negocio negro y muy lucrativo para los cretinos ladrones de huevos, que los venden a precio de oro a los restaurantes de la zona. Delito que supone que cada año vayan menos tortugas a estas costas.
Puente del río Tárcoles
Nuevo día, nuevo rugir de nuestro motor para emprender la marcha. Destino, suroeste.
Hay un punto en el mapa de Costa Rica que llama poderosamente la atención, donde resbalarse supone un paso fatal, donde caerse no es una opción… El puente del río Tárcoles.

Camino de Punta Arenas a Manuel Antonio, un cartel nos detuvo en el camino,
‘SE INFORMA QUE MEDIANTE LA LEY DE CONSERVACIÓN DE LA VIDA SILVESTRE, SE PROHÍBE LA ALIMENTACIÓN DE COCODRILOS SILVESTRES’.

El río Tárcoles nace en el centro del país y tras más de 100 km atravesando las ciudades ticas más pobladas desemboca en el golfo de Nicoya, al suroeste del mapa.
Los habitantes de la zona nos contaron que desde hace décadas los cocodrilos americanos tomaron ese punto como centro de referencia gracias a las laderas de cordillera volcánica a ambos lados del río.

Es tal la concentración de cocodrilos salvajes bajo el puente que se ha convertido en un famoso e improvisado punto turístico. Cada año los reptiles crecen en número. El único policía que vigilaba el lugar nos confesó que se daban ataques al ganado de cerca de la rivera del río. La sobrepoblación descontrolada estaba generando un problema.

Manuel Antonio: la mejor playa de Costa Rica
Era el momento de olvidar mandíbulas con dientes infinitos para relajarnos en la mejor playa de Centroamérica. Manuel Antonio, welcome to heaven.

Uno de los paraísos más increíbles del país nos esperaba, donde un bosque tropical plagado de vida se fundía con una playa de ensueño. Manuel Antonio, considerada la mejor playa de Centroamérica según el «Travellers Choice 2013» en Tripadvisor.


Iguanas gigantes, adorables pizotes, mapaches apostados en las ramas de los árboles, pájaros tropicales que rompían con su rotundo cantar el silencio de la selva…

Respeto por la naturaleza, personas de todos los rincones del planeta agrupadas con guitarras y cerveza fría compartiendo las increíbles sensaciones que desprende el estar arropado por un entorno privilegiado. Manuel Antonio es una zona TOP de Costa Rica. Desactiva tus filtros de Instagram, aquí no los vas a necesitar.

Desde la carretera, vimos en lo alto de la colina una aeronave que parecía estrellada y llamó poderosamente nuestra atención. Resultó ser un avión de guerra en cuyas entrañas había un improvisado restaurante donde nos chupamos los dedos con una sopa de marisco sensacional.

Corcovado
Tras playazas, junglas, ríos desbocados, volcanes y animales salvajes, dejamos lo mejor para el final. Todo junto, y más intenso. Mi rincón favorito en todo el planeta.
No había oído hablar de ‘un lugar…’, había oído hablar de ‘El lugar’. El punto del planeta más rico en vida, con mayor biodiversidad que existe del globo. Apartado de todo, como si el tiempo no hubiera pasado en milenios y donde la naturaleza es la reina absoluta en cada centímetro cuadrado. Aquí eres un visitante y para ser bien recibido tienes que respetar cada grano de arena, cada raíz que pisas, cada rama que retiras para seguir adelante.
Bienvenido al Parque Nacional de Corcovado

Para llegar hasta allí lo más fácil es alquilar un coche, necesitarás un 4×4 para atravesar caminos rocosos, cruzar ríos que cubren hasta casi la ventanilla y zonas donde sólo estarán dos ruedas apoyadas sobre el lodo mientras la pendiente amenaza con volcar tu vehículo.

Dirección Inter American Highway hacia el sur, recortando la costa oeste. La carretera ya nos dio el primer aviso, encontramos un todoterreno atascado con un remolque en el que ponía ‘Peligro’. Se había quedado atrapado en el barrizal y no conseguía ascender la cuesta que nosotros descendíamos.

Tras conseguir sortearlo, nos detuvimos en Chacarita para comprar víveres que nos dieran energía y en las estación de servicio conocimos a Margarita, una tica de 52 años que llevaba en brazos a su tercera nieta, de carita absolutamente angelical.

Nos contó que debía esperar allí, sentada en un banco de piedra a más de treinta grados a la sombra durante cuatro horas porque había perdido el autobús que la llevaba a Puerto Jiménez, pueblo cercano a Corcovado. Su destino estaba cerca de nuestra dirección, nos ofrecimos a llevarla a cambio de una charla en la que nos contó sus costumbres y nos avisó de los peligros que nos íbamos a encontrar. Tras una hora y media de trayecto alcanzamos Puerto Jiménez y dejamos a Margarita a buen recaudo.
Estaba prohibido entrar en Corcovado sin guía, era demasiado peligroso. En el pueblo nos dieron el nombre de quien estaba mejor valorado por el parque y por los propios viajeros, Álvaro Montoya. Cerramos el trato para verle al siguiente amanecer. Nos dimos el último baño antes de descansar, nos esperaba un día duro, muy duro…

Preparamos la mochila. El mejor consejo que te puedo dar es que eches cuantos menos cosas mejor. Bolsas estancas para el material sensible, zapatos impermeables, crema solar, bolsas de basura, comida (dentro del parque no hay nada para comprar) y mucha, mucha agua.
Nos despertamos a las 3.00h de la madrugada, habíamos quedado con Álvaro media hora después. Hicimos la última parada en Puerto Jiménez para conseguir todo el agua que podíamos transportar y salimos dirección a una nueva aventura en nuestro viaje. Dejamos el 4×4 aparcado en la entrada y nos dirigimos hacia kilómetros y kilómetros de las playas más salvajes que he visto en mi vida.

Álvaro, «divorciado y casado con la naturaleza» como le gustaba decir. Era un hombre curtido, menudo pero muy atlético, con mirada serena y tantos años caminando a través de ese entorno que transmitía toda la seguridad del mundo.
Nos adentramos en el lugar con más variedad de animales, plantas y naturaleza salvaje que existe. Desde las 4.45h de la madrugada el sol había empezado dibujar sombras y el calor comenzaba a hacernos sudar.

Más de 30 kilómetros nos separan de la estación en la que debíamos descansar. Teníamos que llegar antes del anochecer. La única banda sonora que se escuchaba era el canto de los pájaros tropicales que sobrevolaban nuestras cabezas, el sonido de las olas y la algarabía constante de animales desatados tras un muro de palmeras que vigilaban permanentemente la costa.

No había camino, no había señales. Había vida en cada poro del suelo, sobre cada rama. No había una sola esquina donde nuestros ojos no quedaran asombrados.

La hora en la que se iniciaban las rutas dependía de la marea. Cambiaba cuatro veces al día y había un punto del mapa que sólo se podía atravesar cuando estaba baja. Los tiburones sarda se adentraban en el parque cuando la mar estaba alta para dar caza a los pájaros que iban a pescar a la laguna. También había cocodrilos que esperaban en las orillas que no éramos capaces de identificar a primera vista. Por eso, cruzar cada arroyo suponía un desafío donde nada podía fallar. ¿Acaso ves tú al cocodrilo?

Ahora seguro que sí.

Seguimos caminando y aceleramos el paso. Álvaro nos apremiaba porque advertía que la marea subía rápido e íbamos a llegar al cabo Punta Charcha cuando el mar nos iba a llegar por la cintura. Guardamos la cámara de fotos en las bolsas estancas, abrigamos las mochilas y nos preparamos para cruzar el punto crítico. Habíamos llegado al saliente donde las olas rompían violentamente contra la roca. Nuestro guía veía nacer las olas incluso detrás del horizonte y a su señal… ¡Nos lanzamos!
La fuerza del oleaje nos zarandeó y nos empujó contra la pared. Conseguimos sortear la siguiente ola y corriendo sobre las rocas que se adivinaban entre la espuma que precedía a la siguiente embestida conseguimos llegar al otro extremo de la playa.

Seguimos nuestro recorrido y sólo quedaba media botella de agua de las cinco que transportábamos. El calor cada vez nos asfixiaba más y Álvaro nos avisaba que aún quedaban más de tres horas para llegar a la estación La Sirena. Sólo había una solución, variamos el rumbo y nos dirigimos a un río con agua dulce, nos arriesgamos a ingerir alguna bacteria, pero no teníamos opción.
Una vez saciados, continuamos. Otra sorpresa a nuestro paso, la ballena. Hacía varios años la cría de cetáceo quedó enredada en una red de pescadores. La marea la empujó jungla adentro para descansar a la sombra para siempre.

Osos hormigueros, un buitre comiéndose los restos de un mono a la orilla de la playa, árboles milenarios… La crudeza y la belleza de la existencia animal.

El desayuno del buitreCada hora que pasábamos me sentía como un protagonista de Lost o a los mandos del Far Cry.

Barcos naufragados entre las rocas, tapires, cavernas plagadas de murciélagos y pizotes salpicaban todo el terreno.

Las piernas flaqueaban y las mochilas pesaban cada vez más, pero al final el esfuerzo mereció la pena. Conseguimos nuestro objetivo, llegar antes del anochecer. Llegamos a un valle tan perfecto que llegué a pensar que era mi imaginación, allí estaba la estación La Sirena.

Un lugar donde cabíamos alrededor de 30 personas. Había un generador de electricidad que en pocas horas se desconectó y la comida que llevamos en nuestro equipaje la debíamos cocinar allí.
Montamos las tiendas de campaña rápido, mientras todavía quedaba luz. Queríamos aprovechar los últimos rayos de sol para ver un nuevo crepúsculo en la costa.

Volvimos a La Sirena, nos dimos una ducha con agua fría y cenamos unos macarrones con algo de tomate que para nosotros supieron a auténtico manjar. Tras el festín, caímos fulminados sobre el colchón dentro de la tienda de campaña. Sólo algunos murmullos en varios idiomas se resistían a apagarse.. Mis ojos se cerraron sin tregua.
Tras cinco horas que para mí fueron como un suspiro, Álvaro nos despertó para retomar el rumbo cuando aún brillaba la luna. Volvimos viendo la fauna nocturna, mientras amanecía, desdibujando la ruta que hicimos el día anterior, comprobando cómo todo seguía igual, pero todo había cambiado. Caminando sobre nuestros pasos.
Gracias Randy. Gracias por todo Álvaro. Costa Rica, nunca te olvidaremos.

Que pasada! Ganas de ir ya a conocer todas las opciones de Costa Rica!
Pues son muchas amiga Ana! Y ahora comienza la buena época para ir allí y no perderse nada
¡Pura Vida!
Me voy a Costa Rica y ha sido súper útil toda la información con los destinos más fundamentales. Las fotos espectaculares
Muchas GRACIAS por la información tan detallada. Me encantan tus blogs!!! Deseando que llegue el día de estar en Costa Rica
