China es ese tipo de destinos que daría para mil páginas de un blog de viajes.
Al sur del país hay un gran elenco de monumentos naturales que demuestran que su grandiosidad está representada en todas sus formas.
Tianmen: la puerta al cielo
Una enorme cordillera preside el paisaje de Hunan y en uno de los picos hay una inusitada y enorme ventana con vistas al cielo. La montaña de Tianmen.
Para llegar a la cima había varias opciones, el teleférico más largo del mundo o una carretera serpenteante que desafiaba las leyes de la gravedad. Elegimos la segunda.
Nos subimos a un minibús conducido por un auténtico experto que nos demostró cómo se pueden subir cuestas imposibles con retorcidas curvas de 180 grados. A lo lejos las vistas de la ciudad bañada por un mar de nubes eran sobrecogedoras y en el lado opuesto la magnánima montaña que parecía atravesada por el rayo de una tormenta cada vez estaba más cerca.
Llovía, así que la empresa se presumía aún más difícil para nuestro conductor. Una hora de marcha y acabamos en la explanada a los pies de otra obra de arte de la naturaleza.
Finalmente nos encontramos ante una larga escalera de 999 escalones que llegaba hasta el vasto tragaluz en lo alto de la roca. Una caminata dura pero rentable si el premio a recibir eran estos recuerdos:
Se esfumó el tiempo absortos en unas vistas espectaculares y descendimos a la parada de los minibuses para tomar el camino de regreso. Como en casi todos los sitios de China, había colas con miles de personas esperando su turno para cualquier cosa que se preciara. En este caso subir a bordo del vehículo era algo que anhelábamos todos mientras esperábamos bajo una fina pero intensa lluvia. Comprobamos que había un refrán que también valía para esa tierra: ‘Al mal tiempo…’
La caverna del Dragón Amarillo
Continuamos nuestro periplo a través de los regalos para los sentidos que ofrecía la tierra asiática. A cuarenta y cinco minutos de nuestro hostal de Zhangjiajie nos dirigimos a una de las cuevas más famosas del país, la caverna del Dragón Amarillo. Nuestro particular viaje al centro de la tierra chino.
Una gruta de 15 kilómetros de profundidad con techos decorados de estalactitas de piedra caliza con forma de troncos de roble derretido, fundidas con colores amarillos, rojos y morados. Suelo lunar, terrazas naturales de varios escalones y un lugar que parecía sacado de la faz de otro planeta.
En su interior, varias habitaciones creadas por la erosión se unían a través del puente colgante más grande construido dentro de una cueva natural. Para llegar al extremo más profundo necesitamos montar en una enorme barca que surcaba las aguas turbulentas de un imponente río subterráneo.
Guilín
La variedad de China era muy abundante y había una zona que robaba el paisaje a una conocida zona de Vietnam, la bahía de Ha-Long.
Cogimos un tren bala, con velocidades de más de 300 km/h y en tres horas llegamos a Guilín, una ciudad situada en la zona de Guangxi y bañada por el famoso río Li. Urbe que no se consideraba especialmente grande para la república asiática pero tenía más habitantes que Madrid. De amplios contrastes, mezclaba futuristas rascacielos con antiguos templos y parques que veneraban a la cultura de la región. Los monumentos más famosos eran las pagodas construidas sobre el lago Shan Hu en honor a la Luna y el Sol, la torre de bronce más alta del mundo.
A la mañana siguiente pusimos rumbo a la bahía prometida. Más de dos horas de autobús para llegar a una lengua de agua rodeada por montañas de intensos verdes y cimas redondeadas como las del planeta Namek (Bola del Dragón).
Nos subimos en un bote hecho de cañas de bambú y el patrón navegó por las aguas río abajo hasta llegar al pueblo.
Unos pescadores nos dieron la bienvenida en el final del trayecto poniéndonos sus típicos sombreros y posando en nuestros hombros los pájaros que utilizaban para pescar, cormoranes de más de medio metro de envergadura.
Shanghái
Última parada, la ciudad más poblada del país. Surcamos de nuevo las nubes para llegar a una de las metrópolis más grandes del mundo. Volvió el calor del asfalto, los paraguas sombrilleros y la silenciosa masa caminante entre el bullicio del tráfico.
Ya teníamos la lección aprendida de nuestro paso por Pekín y utilizamos el metro para movernos a través de sus entrañas mezclándonos entre sus habitantes como unos nativos más.
Plaza del Pueblo
Nada más llegar abandonamos las maletas en un céntrico pero modesto hotel y bajo un sol de justicia fuimos a visitar la Plaza de Pueblo, un lugar donde estaba construido el edificio más emblemático del Gobierno.
Paseo de Pudong
Seguimos nuestro periplo a través de Shanghái y nos dirigimos a hacernos la fotografía más famosa de la ciudad en el paseo de Pudong. El centro financiero, plagado de monstruos mastodónticos de acero, luces y cristal.
Perla de Oriente
A casi medio kilómetro de altura asciende uno de los edificios más reconocibles de Asia.
Cinco esferas unidas por varias formas cilíndricas conformaban la quinta torre de televisión más alta del mundo.
Horas de interminables colas nos separaban de una vista privilegiada arañando el cielo de China, la última parada del trayecto de ascenso que acababa en el llamado ‘Módulo Espacial’.
Nos sentimos como verdaderos astronautas viendo el mundo desde 350 metros.
El mercadillo del Museo de las Ciencias
Como en Pekín, en Shanghái existe un famoso mercadillo que ofrece toda clase de productos variopintos, imitaciones calcadas y horas de entretenimiento de regateo con las sonrisas más picarescas de la ciudad. El mercadillo subterráneo está situado en la parada de metro del Museo de las Ciencias, un destino que se utiliza mucho más para comprar y vender mercancía de todas clases que para culturizarse de riqueza y sabiduría en un museo que prometo que visitaré en mi próximo viaje a Shanghái XD
Jardín Yuyuan
Quisimos dejar de lado el estrés y el bullicio de la ciudad para atardecer en uno de los jardines más populares de la metrópoli, el Jardín de Yuyuan. No muy lejos de Pudong nos acogió entre sus muros un remanso de paz.
Construcciones diseñadas por la dinastía Ming hace 500 años resurgían luciendo sus mejores galas para recibir a los visitantes que buscaban tranquilidad y relax entre sus numerosos estanques y pagodas de todo el enclave.
Anochecer en Pudong
Para que el broche a un viaje sea perfecto la última escena de la película tiene que ser la más sobrecogedora. Volvimos al punto de la fotografía más espectacular, pero con un aliciente extra, con la magia que sólo se despierta al caer la noche…
Gracias a mi amigo Sergio por aguantar tantas horas por tierra, mar y aire a un servidor, que tengo dificultad para permanecer quieto, descansar más de cinco minutos o no fotografiar cada paso de un viaje por un país que merece mil visitas, porque China definitivamente es una tierra inabarcable.