La República de Panamá es un pequeño país que une América Central con América del Sur. Un tramo estratégico en el continente por el que atraviesan miles de embarcaciones al año a través de su famoso canal. Conocido también por la Miami latina, el cinturón de América guarda tesoros mucho más allá que una bahía caribeña protegida por un rebaño de rascacielos.
Para mí supuso el descubrimiento de un remoto nirvana. Inaccesibles cordilleras sobrepobladas con todo tipo de vegetación. Selvas tropicales que se desbordan sobre islas vírgenes tan perfectas que parecen irreales. Tribus que desconocen nuestro idioma pero encantadas de acoger al viajero y compartir con ellos su forma de vida… Bienvenido a Panamá.

Descubriendo Panamá: viajar a Panamá
El mar Caribe al norte, el Pacífico al sur. Hace mucho, mucho calor todo el año. De diciembre a abril es la estación seca y de mayo a noviembre la llamada ‘temporada verde’. La moneda local es el ‘Balboa’, que debe su nombre al conquistador español Vasco Núñez de Balboa, pero su precio equivale al dollar estadounidense y el papel americano es aceptado en todo el país. La corona española estuvo presente hasta hace 200 años y comparten nuestra lengua. Este fue el rastro que dejamos en el mapa:

Dicen que lo más importante del viaje es la compañía. Jorge, mi alma gemela sedienta de aventuras y yo, volamos con billete directo a Ciudad de Panamá, donde uno de esos amigos que ha tenido que labrarse su futuro fuera de nuestras fronteras nos esperaba en el destino. Diez horas recortando el cielo y alcanzamos el punto de encuentro.
Ciudad de Panamá
Cogimos un taxi y pusimos rumbo al corazón de la capital. Mi primera impresión fue un tráfico desbordado, rápidos contrastes entre enormes edificios y zonas marginales, grandes automóviles con lunas tintadas ‘made in USA’ y una inusitada mezcla interracial propia de una potencia emergente.

Aventuhero – A través de las arterias de Ciudad de Panamá
El precio de los hoteles es similar al que puedes encontrar en España, nos alojamos cerca del centro, tiramos las mochilas a la habitación y salimos en busca de Luis a explorar las arterias de la metrópoli.
Avenida de Balboa
El paseo marítimo de la ciudad es una de las postales más famosas del país. La bahía rodea el puerto deportivo bajo la vigilancia de un firme ejército de hormigón, hierro y cristal. Varios ‘runners’ salpican el camino y los ostentosos automóviles reducen su marcha con las ventanillas bajadas para que su música atraiga las miradas de propios y extraños.

Rivage Tower
Recogimos a nuestro amigo en la torre Rivage, uno de esos edificios construidos a principios de siglo con todo lujo de comodidades, estandarte de la nueva rica Panamá que crecía a ritmo de inversiones extranjeras. Pero lo mejor del gigante de acero eran las increíbles vistas:

Además, tuvimos una grata sorpresa. El mundo está lleno de Aventuheros y el destino quiso que coincidiéramos con Thiago Correa otro mítico viajero a través del globo que buscaba la misma instantánea que nosotros.


Continuamos con nuestro periplo y nos dirigimos a los puntos imperdibles de la urbe, con Luis como guía.
El mercado de marisco
Volvimos a la bahía y continuamos hasta el mercado de marisco, un puerto local donde las barcas salen a faenar y entran incesantemente para llevar el género a las naves que lo distribuyen por toda la ciudad.
El entorno y el olor no eran lo más resaltable de la zona, pero no nos resistimos y probamos pescado fresco llevándonos una grata sorpresa para el paladar.


El solmáforo

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Casco antiguo
En la península anexa a la bahía se levantó el actual Casco Antiguo en el siglo XVII después de que los ingleses destruyeran el viejo centro neurálgico situado en Panamá La vieja.
La Plaza Mayor, la Plaza de Francia, sus iglesias… Lugares que recuerdan a la arquitectura española antigua. Cuando caminaba sobre los adoquines de su historia sentía que los lazos entre nuestros países están muy latentes. Uno de los suvenires más habituales eran las matrículas de tráfico, que tenían que cambiarse periódicamente de los automóviles y había muchos lugares donde encontrarlas por un puñado de dólares.


Aventuhero – Venta de granizados a la vieja usanza, o como lo llaman ellos ‘Raspada de hielo’, con un trozo de hielo enorme para picar.

Panamá La vieja
Luis nos llevó a un autobús de línea que nos dejó a varios kilómetros de allí. Desembarcamos en una explanada verde con las ruinas de un torreón, varios muros de ladrillo rojo y columnas semiderruidas supervivientes del primer asentamiento europeo en la costa del Pacífico. Allí estaba la primera Panamá hasta que la arrasaron los piratas.


La noche en panamá
Cayó la noche y el abanico de posibilidades de la ciudad se abrió en un sinfín de tentaciones. Nos contaron que uno de los lugares típicos donde los lugareños se juntaban al caer el sol para ‘tomar’ y apostar durante largas horas, era el hipódromo. No pudimos resistir la tentación. Apostamos todo al jockey número 9 porque su nombre nos enamoró, Tornadito, y… ¡ganamos
Nos gastamos el bote en cenar mientras veíamos el resto de las carreras y continuamos explorando las posibilidades de la capital. Cogimos un nuevo taxi hacia el centro y pusimos el broche a la velada ensimismados por las mejores vistas nocturnas y degustando una cerveza bien fría.

Archipiélago de San Blas
Si hay algún punto del planeta absolutamente perfecto para perderse es el archipiélago de San Blas.
No hay agua corriente ni luz eléctrica. No hay Bloody Marys en la barra del bar, ni música pop con la canción del verano… Pero hay esto:

Nos esperaban más de 350 islas con conexión directa al edén que por mucho que quisiera describir me quedaría corto.
Nos despertamos antes del alba preparados para más de tres horas sobre nuestro 4X4 en una carretera que la mitad eran baches, barro y grandes pendientes sobre asfalto en pésimo estado. Cuando nos acercamos al destino varios puestos de control militar nos dieron el STOP y nos pedían constantemente el pasaporte, nos adentrábamos en territorio inhóspito. Llegamos a un parking de tierra que daba acceso al embarcadero y montamos en una barcaza rumbo a los cayos gobernados por la tribu Guna Yala.
Había una isla grande donde la vida brotaba por los cuatro costados y todos los botes visitaban para su avituallamiento, pero nosotros continuamos surcando las olas hasta que llegamos a nuestro lugar soñado, Isla Perro.
Islas vírgenes, lugares donde puedes caminar sobre las olas, la mejor compañía y un viaje para recordar.
Enciende los altavoces y déjate llevar:


Los habitantes que se encargan de cuidar los cayos mantenían su idioma, sus costumbres y sus coloridas vestimentas. Margarita, una tímida joven que me pidió no ser fotografiada, nos contó que había estudiado la carrera de Economía en la capital de Panamá, pero volvió a los dos años a disfrutar de «la vida pura de la naturaleza junto a su familia», renegando del ‘progreso’ de la ciudad.
Agua y arena idílicas. Casas de madera y paja con el suelo de la playa como moqueta. El mejor restort del mundo.


Cada amanecer nos sorprendían canoas que acechaban la costa con expertos pescadores ‘regalando’ bogavantes a 10 $. Además, el océano nos invitaba a sentirnos como Moisés. Brotaban caminos de arena blanca que la marea desnudaba uniendo unos islotes con otros.
Isla Estrella
Las barcazas nos trasladaban entre los cayos, con nombres tan dispares como acordes a sus bautizos. Uno de mis favoritos era Isla Estrella, que gozaba de una interminable colección de estrellas de mar de todos los colores que decoraban la orilla.


De nuevo el reflejo de ladrillo sobre el mar, el ruido de motores en la bahía y el bullicio de la incansable urbe. Volvimos a la capital.

Teníamos una cita pendiente, el lugar más estratégico de Panamá:
Canal de Miraflores
Un par de autobuses y nos plantamos en el Canal de Panamá. En pocas horas pasamos de las vírgenes islas de San Blas a una construcción magnánima que ha cortado por la mitad a todo un continente para unir Caribe y Pacífico. Es una de las mayores obras de ingeniería del ser humano que tiene más de 100 años de antigüedad. Lagos artificiales, enormes exclusas y puertas de acero que juntan dos mares.

Bajo un intenso calor, subimos a la terraza que daba acceso al canal y nos encontramos con un pasadizo que condicionaba el tamaño de barcos de medio mundo para aprovechar al máximo su capacidad. Vehículos especiales que avanzaban sobre raíles impulsaban con cables de acero a las naves, y pequeñas lanchas seguían de cerca cada maniobra.

Nos explicaron que hay un desnivel de 20 centímetros entre ambos océanos y varias fases para igualar el paso con el lago Gatún. El precio por atravesar el istmo de América Central depende del tamaño y del tipo de barco, 80.000 $ por un portacontenedores como este:
Teníamos dos opciones: ir en un cómodo avión y plantarnos allí en un hora o coger un coche y recorrer un largo camino a través de medio país y más de 600 kilómetros por carreteras sin iluminar, montañas donde se escondía el sol y caminos serpenteantes entre la selva más profunda. Obviamente escogimos la segunda.
Atravesando Panamá en coche
Compramos dos discos con los hits autóctonos y nos pusimos en marcha al ritmo de Bubosky (el Pit Bull panameño).

La ciudad nos despidió con un generoso atasco (‘tranque’ para los locales) de más de dos horas hasta que conseguimos dejar atrás los rascacielos. Panamá es tierra de contrastes; del bálsamo del Caribe a 35º bajo un abrasante sol a salvajes montañas a 15º de temperatura y humedad extrema.


Hicimos una parada en lo alto de la cordillera que cruzaba el mapa. La gente del interior no estaba acostumbrada a visitas de forasteros y nos veía como extraños pero sonreían a nuestro paso y nos saludaban deseándonos suerte.


Finalmente, tras más de nueve horas de carretera dejamos atrás las provincias de Panamá, Cocle, Veraguas y Chiriqui hasta llegar a Almirante.
Estaba atardeciendo, dejamos el coche en un barrizal y nos subimos al último ferri que nos llevó directos a la Isla Colón, el epicentro del archipiélago.
Bocas de Toro

Media hora atravesando un mar en calma hasta que avistamos un pequeño puerto con casas de colores que nos daban la bienvenida.

Al salir del embarcadero varios lugareños nos intentaban convencer de que sus hostales eran los más cómodos, sus excursiones las más completas y sus cervezas las más frías.
No dedicamos mucho tiempo a elegir y fuimos a un albergue cercano de bagpackers, el Hotel Olas. Lo mejor que tenía era una terraza que daba al malecón con vistas directas al vaivén de pequeños botes pesqueros y a una luna cuyo reflejo se despedazaba en un manso oleaje.
Entramos en una habitación angosta con tres camas pequeñas y un ventilador que no funcionaba. En la pared, una ventana que daba al patio de una casa donde jugaban alegremente tres niños. Unas vistas a las personas que no se exponían en el escaparate para los turistas, panameños felices ajenos al ritmo de la competencia por atraer turistas a sus negocios. Una vieja escoba, el tronco de una muñeca Barbie y una ganzúa bastaban para dibujar sonrisas enormes que empequeñecían el resto del mundo.

Era fácil encontrar bares al aire libre con miradas procedentes de centenares de países. Historias de paso, de búsquedas de identidad y de nuevas oportunidades que brindaban con botellines y chupitos de tequila bajo las estrellas del Caribe como testigo.
Dormimos poco, pero la impaciencia por explorar un nuevo paraíso nos arrancó de nuestras ásperas sábanas.
Una manera inmejorable de despertar: saborear un reconfortante desayuno de chocolate caliente, plátano y tortitas con vistas al mar.

Nos vino a buscar el capitán de nuestra embarcación a la parte de atrás del embarcadero. Era un hombre moreno, con raíces panameñas, algo grueso y con una mirada que proyectaba nobleza. Le podría echar entre 30 y 45 años, de gesto bonachón y pocas palabras. Vestía una gorra azul y una sudadera blanca de su modesta pero fructífera agencia de excursiones. Un pequeño gran emprendedor que nos prometió desnudar para nosotros los secretos mejor escondidos de las islas donde se crió.

Avistamiento de delfines en Panamá
Con los brochazos del alba varias aletas jugueteaban en los alrededores de la Isla Cristóbal en la conocida como Bahía de los Delfines. Una población de la raza botella que era propia de ese lugar llevaba muchos años dando la bienvenida a las primeras horas de luz demostrando la potencia de su espiráculo ante los botes que se acercaban.

Los animales son salvajes y no es el tipo de lugar donde puedes bañarte con ellos dentro de una jaula, es más gratificante disfrutar de su libertad.
Cayo Zapatilla
Hay una isla tan remota, salvaje y virgen que fue el escenario del primer formato de Supervivientes en España, en el año 2.000. Una isla como las de San Blas, pero ‘a lo bestia’. Una jungla en todo su esplendor en el interior y una playa absolutamente perfecta rodeándola.


Intentamos adentrarnos en el interior y una legión de mosquitos tropicales con aguijones que parecían lanzas nos atacaron por los cuatro costados, así que dimos media vuelta a disfrutar de una costa que nos guardaba varias sorpresas:

El nombre del islote se debía a su forma de zapatilla, así que lo quisimos comprobar desde el cielo…

Bajo nuestros pies, un manto de coral, estrellas de mar de todos los colores y varias mantarrayas ondeaban al compás de las tímidas olas.
Perezosos en Panamá
Aún había una parada pendiente, queríamos conocer unos animales famosos por sus movimientos lentos y su noble sonrisa perenne, capaz de reblandecer el corazón de cualquiera. Entre la Isla Solarte y la Isla Bastimentos había una zona de manglares retorcidos que ascendían a más de cinco metros donde ellos se ocultaban.
Al principio fue difícil encontrarlos, pero nuestro patrón era experto en dar con ellos. Tenían el tamaño de un mono, con un largo cuello y una mirada tierna, apacibles y tranquilos. Se movían a cámara lenta y eran grandes trepadores gracias a sus enormes uñas que utilizaban como ganchos para soportar su peso durante horas en la misma posición.

Si quieres playazas que te dejen boquiabierto, desayunar mirando los saltos de los delfines, enamorarte de una familia de perezosos o refrescarte con una cerveza Balboa mezclándote en un lugar donde convergen infinidad de nacionalidades, Bocas de Toro es tu sitio.
Una vez más, si este viaje fue tan especial es por los amigos con los que lo compartí. Luis, alma gemela que sigue prosperando allí y echo de menos cada día. Y Jorge, un amigo que es sencillamente como un hermano.
Muchas gracias Alex, mi buen y viejo amigo, por contarnos tu experiencia. Acabo de volver de mi viaje a Panamá con una amiga y hemos hecho tu recorrido. Muchas gracias por la info ya que nos ha servido de muchísimo.
Un abrazo,