Hoteles en Peñiscola
Peñíscola tiene ese algo que es difícil de describir, que te llega y que te toca el corazón. Existen pueblos y ciudades con sus zonas viejas, sus paseos marítimos y sus playas, pero Peñíscola, sin embargo, forma parte de ese grupo reducido de lugares con encanto especial, con algo de magia entre sus calles.
Precisamente sus calles pueden suponer un punto de partida más que válido para sumergirse en sus secretos. Caminar por las callejuelas del casco histórico supone aislarse de la modernidad y el agotamiento de los centros turísticos característicos del Mediterráneo. El empedrado de sus vías estrechas y peatonales nos remonta a la Edad Media, en un viaje en el que no puedes perderte el elemento más característico de todo el municipio: el castillo del Papa Luna. Desde el castillo se puede observar una vista infinita al mar.
El castillo de Peñíscola está construido en la parte más elevada del promontorio sobre el que se levantó la ciudad primitiva, lo que hoy en día es el casco histórico. Esta fortaleza fue construida por los templarios entre los años 1294 y 1307, con el mismo diseño que los castillos que se levantaban en Tierra Santa.
El morador más importante que ha tenido el castillo fue el Papa Luna, Benedicto XIII, que convirtió la fortaleza en su sede durante los litigios originados tras el cisma de Occidente, por el que tanto él como su antecesor fueron considerados antipapas.
Otros elementos a tener en cuenta en el casco viejo, además del castillo y la propia belleza de sus calles, son el Portal Fosc, la puerta de San Pere, la casa de las Conchas o la ermita de Santa Ana. Los amantes de los museos, por su parte, tienen una parada obligatoria en el museo del Mar, ubicado en el edificio de Les Costures.
Hasta ahora hemos mencionado solo algunos de los encantos del patrimonio material y cultural de Peñíscola, pero... ¿no habíamos quedado en que los amantes del sol y la arena también quedarían encantados? Por supuesto. Peñíscola tiene playas de todos los colores y sabores. Rincones tranquilos, paseos multitudinarios, arenas finas... Sea cual sea tu gusto playero, hay un arenal en Peñíscola esperándote.
La playa más conocida de Peñíscola es la playa del Norte. Cinco kilómetros de arenal con todos los servicios y bandera azul que, a diferencia de otras playas algo más masificadas del Mediterráneo, posee unas aguas limpias y cristalinas dignas de cualquier cala virgen.
En contraposición a la playa del Norte, podemos destacar algunos pequeños rincones como la cala del Moro, con una afluencia mínima incluso en temporada estival, o la cala de l'Aljub, con una carga paisajística difícilmente superable.
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El all i pebre de rape o los caragols punxents (caracoles de mar condimentados con limón y hierbas mediterráneas como el romero o laurel, algunos añaden también pimienta o vino blanco) son marca de la casa, a los que hay que sumar la riqueza de la huerta mediterránea, que aporta ingredientes como las berenjenas, las alcachofas o los espárragos trigueros a cualquier guarnición.
El patrimonio natural también tiene su hueco en Peñíscola, en especial gracias al Parque Natural de la sierra de Irta (a solo 10 km del centro de Peñiscola), un paraje de más de 7.700 hectáreas ubicado a 573 m de altitud en el que habitan especies vegetales como el pino, el hinojo, el espino negro o la albaida y animales como el halcón de Eleonor, el cormorán moñudo o el paíño común.
Peñíscola sabe a Mediterráneo. El casco histórico, con la figura inconfundible del castillo templario, sus arenales de hasta cinco kilómetros de longitud, su riqueza natural y su gastronomía convierten a este municipio en un punto de referencia turístico (y fuera de lo turístico) del este peninsular.