Javier Andrés Cifre regenta desde hace una década un hotelito de estupenda traza que ocupa un caserón de principios de siglo erigido sobre las ruinas de un palacio árabe. La construcción comparte solar con el castillo árabe de Xátiva, en un vergel de aires moriscos repleto de palmeras, limoneros y naranjos, regados por un viejo aljibe que permanece intacto bajo sus cimientos. Varias cabañas en el jardín, al que se han añadido además unas terrazas escalonadas para crear ambientes íntimos, completan la oferta de alojamiento. El conjunto ajardinado resulta ideal para cenar al aire libre durante el verano, escuchando las interpretaciones de un cuarteto de cuerda que llena el paladar de melodías barrocas. Y, con demasiada frecuencia para un hotel de reconocido encanto, escuchando también la música a todo decibelio de las bodas, bautizos y banquetes que se celebran bajo carpa (aunque el establecimiento anuncia un descuento a la clientela que, en busca de silencio y reposo, prefiera soportar el ruido).
Los interiores mantienen una cuidada decoración rústica en la que predominan los muebles de estilo valenciano, los suelos de madera, las antigüedades y los aperos e instrumentos de labranza apoyados en las paredes, junto a cabeceros, candelabros y otros elementos decorativos de forja con el sello del herrero del pueblo. Las habitaciones, revestidas en madera por los cuatro costados, han sido bautizadas con nombres propios. Algunas sustituyen la madera de los suelos por originales baldosas hidráulicas o travertino sin pulir.